El decir ayuda al sentir y actuar
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Ya en el Siglo XVI, San Ignacio de Loyola nos advertía con la máxima “El decir ayuda al sentir”, lo que en nuestro siglo afirma como postulado central la programación neurolingüística: que la palabra, el discurso que elaboro tanto interna como externamente, impregna mis emociones y modula mi actuar.
Mis palabras asociadas a una emoción me generan estados de ánimo tan intensos que determinan mi percepción de la realidad y por lo tanto, me inducen a actuar según el microcosmos que he creado en torno a mí.
Si salgo a la calle con la idea clara de que todo estará bien, de que cada diligencia que me proponga en ese día me producirá los beneficios que deseo, las emociones asociadas a esos pensamientos serán la confianza, la serenidad y el entusiasmo; me sentiré cómodo en mi cuerpo, relajado, expandido; habré creado las condiciones que apoyarán mi propósito. En cada dificultad que pudiera surgir, tendré la energía interna para afrontarla con una alta probabilidad de éxito.
Si por el contrario, mi emoción es de miedo, alimentada por un discurso de realidades negativas, como peligro de asaltos, desconfianza en la honestidad de los otros o creencias asociadas a mi incapacidad de afrontar desafíos, todo eso lo sentiré en mi cuerpo como contracción y estrés. En consecuencia, mi energía será densa, poco propicia para abordar cualquier situación. La diferencia entre una u otra realidad es mi elección. Siempre puedo elegir con qué energía asociarme.
La invitación es a entrenarnos en el uso de nuestras tres estructuras cerebrales a favor de nuestro bienestar. A estar presente aquí y ahora, de manera que podamos reconocer en cada momento nuestro discurso interno y lo que en efecto verbalizo (cerebro neocortical); a dejarme afectar por las emociones que esos discursos producen (cerebro emocional) y cómo lo siento en mi cuerpo (cerebro básico). Esa sería la ruta a seguir para elegir en cada momento, cuál será la frecuencia vibracional que escojo tener dentro de mí y que me afectará y afectará mi entorno. He aquí la clave del desasosiego y la enfermedad o de la salud y el bienestar.
Es necesario entrenarnos día a día, cambiando los “yo soy” que no me nutren, que me contraen, que me restan vida, por otros como: “Yo soy valioso”, “yo soy digno”, “yo soy humano”, “yo soy infinitas posibilidades de belleza”, que sí fortalecen mi capacidad de generar vida en abundancia.
Puedo elegir confiar en el poder de mis recursos, utilizar mi química interna para expandirme, fortalecer la confianza y seguridad en mí mismo, tener un discurso amable, gentil y generoso conmigo y con mi entorno. Todo esto alimentará mis sistemas con energía de alta vibración. Es una inversión que me producirá los mejores dividendos.